Magazine SLV. San Sebastián de los Reyes. Artículo de opinión de Julio Gómez
San Sebastián de los Reyes ha podido disfrutar este pasado fin de semana del musical Kinky Boots. El Teatro Adolfo Marsillach estuvo lleno en las dos funciones que tuvieron lugar el viernes y el sábado. Primero por la expectación de un trabajo que ha triunfado en Broadway y segundo por conocer si tenia tanta calidad como decía la crítica. Efectivamente la realidad superó a las ganas.

Foto: Cartelera musicales
Con una duración aproximada de unos 145 minutos (con un descanso de 15) Kinky Boots no se hace nada pesada. Todo lo contrario. Se pasa el tiempo volando viendo una obra donde no paras de ver cantar y bailar a gente con un componente añadido clave. La risa está garantizada. Y es que el buen rollo es contagioso en esta obra. A esto se le suma un mensaje importante que se quiere dar de principio a fin: hay que aceptar a todas las personas. En este caso, el leitmovit es una drag queen que tiene que desfilar en Milán con unas botas. El argumento no es exactamente así, pero tampoco vamos a contarlo todo.
El vestuario de Kinky Boots llama la atención desde el minuto 1. Fundamentalmente por su colorido y variedad. También la iluminación para saber diferenciar las partes más de risa y las partes donde hay tensión entre los personajes. Impresionantes también los actores y actrices. Hablan, cantan, bailan e improvisan, a veces, el texto, algo que se agradece porque se observa que se lo pasan muy bien trabajando. Es imposible no levantarte de tu butaca al final para bailar tras un ejercicio de contención por parte del espectador durante más de dos horas.
A destacar el personaje de Lola interpretado por el actor Tiago Barbosa. Sin desmerecer al resto, él es el principal alma de Kinky Boots. Lleva el peso del espectáculo y eso le gusta. Hacía mucho tiempo que no veía a un actor tan completo en la escena. Sus diferentes voces para hacer de drag queen encantada de la vida o de hombre atormentado por una parte de la sociedad que no le acepta es digno de elogio. Además, sabe meterse al público en el bolsillo desde el minuto 1 con miradas cómplices y chascarrillos a lo Lina Morgan, salvando las distancias.
Ante este cóctel la obra va a triunfar vaya donde vaya. El buen rollo es contagioso. Solo una «pega»: es imposible irte a casa a descansar después de ver Kinky Boots. El cuerpo te pedirá seguir la fiesta.
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