Artículo de opinión de Gabriel Trejo
Magazine SLV. Sociedad. «Eres lo más importante de mi vida». «Muero por tus colores». Son algunas de las pancartas que hace unos días se vieron en un campo de fútbol y que me han llamado la atención. ¿Cómo un equipo de fútbol puede ser lo más importante en la vida de una persona? ¿Cómo alguien está dispuesto a morir por un equipo de fútbol?

Hace unos meses, varios espectadores en la tribuna del Santiago Bernabéu, con un rictus crispado y destilando odio, olvidaron el señorío que supuestamente caracteriza al club blanco. No fueron capaces de aceptar la superioridad deportiva del Barcelona en el partido e insultaron gravemente a Lamine Yamal, quien, no olvidemos, contribuyó de forma notable a que España fuera campeona de Europa de fútbol. Y todo ello, además, aludiendo a su origen étnico.
Cada semana, las noticias informan sobre enfrentamientos entre hinchadas rivales que terminan con destrozos de mobiliario o con heridos de consideración, sin contar el esfuerzo económico en seguridad pública para contener a estos nuevos bárbaros que asolan las calles y estadios españoles.
La Liga de Fútbol Profesional reconoció hace unos años que el público potencialmente peligroso (eufemismo para referirse a los ultras) había crecido en más de un 30 % en primera división y en más de un 40 % en segunda, reconociendo que esta indeseada presencia se da en todas las categorías del fútbol, incluidas las no profesionales.
Conozco profesionales de la hostelería que, los días de partido, cierran sus establecimientos:
«Es como una guerra… no veas las que se lían… paso de abrir.»
Esta sinrazón, junto con la violencia y el fanatismo que destilan los campos de fútbol en España y, por qué no decirlo, en toda Europa, son señales de alerta que indican que algo no se está haciendo bien.
En 2017, un grupo de estudiosos, con los que he colaborado en alguna ocasión, decidimos estudiar el auge del fenómeno ultra en el fútbol español. Queríamos entender qué se escondía detrás de tanta violencia. Analizamos sus comportamientos, sus estructuras, intercambiamos lecturas y entrevistamos a algunos asiduos de los fondos violentos. Fueron horas de estudio que culminaron en conferencias en las Universidades públicas de Madrid y Navarra, dirigidas a distintos cuerpos policiales.
Ya lo anunciamos en aquellas charlas: se han hecho avances, pero aún queda mucho por recorrer.
Propusimos medidas concretas:
- Eliminar la nomenclatura bélica en los grupos de animación: «frentes», «batallones», «comandos», «legiones». Si la palabra precede a la acción, su comportamiento será bélico y violento.
- No permitir que jugadores y clubes rindan culto exclusivo a las gradas violentas, obviando al resto de la afición ejemplar.
- Evitar las prebendas a estos grupos: entradas más baratas, ayuda en desplazamientos y un protagonismo indebido.
- Formar mejor a los trabajadores de seguridad privada, quienes desconocen el lenguaje del odio y el funcionamiento de los grupos violentos.
¿Cómo un espectáculo que generó 15.700 millones de euros en 2017 y que, según la Liga de Fútbol Profesional, crece un 10 % anual, no puede formar mejor a quienes se encargan de la seguridad?
¿Cómo permitimos que el crecimiento de espectadores violentos, racistas y xenófobos haya sido del 40 % en la temporada 2017/2018 según datos oficiales?
¿Cómo es posible que, tras los incidentes del Wanda Metropolitano, los jugadores vayan a agradecer el apoyo a los cafres?
¿Cómo es posible que no podamos parar esta barbarie?
Debemos recuperar los valores del fútbol para que cualquiera pueda ir a un estadio con la camiseta de su equipo sin correr riesgos.
Debemos enseñar a los más jóvenes que se puede ser del Real Madrid, vestir la camiseta de Osasuna, alegrarse cuando gana el Atlético de Madrid y apoyar al Barcelona cuando juega en Europa. Ése es el camino.
Gabriel Trejo González, es ex-policía, experto en violencia urbana, profesor acreditado de seguridad privada y de varias academias de policía. Ha dado varias conferencias sobre los grupos ultras en las universidades públicas de Madrid y Navarra.


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